miércoles, 14 de enero de 2009

LEVEMENTE AUSENTE...

Ella cruzaba la infancia más inocente, aquella que está llena de verdades y empapada de promesas. Él cruzaba la adultez más sofocante, donde envejece el hombre responsable y agoniza el amor del amante; donde la familia, más que responsabilidad, parece una rutina; donde el cansancio ejerce presión sobre los hombros y pesar sobre los párpados… él era un padre de familia endeudado, no es que no ame a sus hijos, los adora, pero en un país tercermundista el dinero resulta más caro.

Se despidió de sus hijos, eran cinco y pintados en sus rostros la tristeza, la misma herida lloraba la misma sangre; él se despidió como habitualmente lo hacía en sus viajes de negocios, sólo que esta vez un par de lágrimas temblaban tímidamente a través de su silencio, en el que se ahogaba para que no notaran la herida que sangraba densamente. Un abrazo tras otro, un “te quiero”, un “te amo”, un “te extrañaré”, el aire salvadoreño característico de su descendencia se convertiría en una huella allá a lo lejos. Ella no pensó que él se iría para siempre, aunque aquella voz fugaz de intuitivo presentimiento le insinuara lo contrario. Pasaron un par de años y ella se martirizaba con las púas que vuelven a la esperanza un placer fríamente punzante y comienza a doler en la espera, el tiempo se vuelve más largo. Él seguía sin llamarle o contestarle aquellas cartas que tanta dificultad provocaban, el recuerdo se convertía en ceniza, porque no lograba conservar la simple imagen de aquel rostro en su cabeza, sólo aquella ilusión impresa encarcelada en el tiempo que seguramente ahora ya no sería la misma… ¿Cuánto le habrán cambiado los años?...

Un buen día, él comenzó a secuenciar una serie de llamadas y adelgazar el tragaldabas de deudas que ya se ataba al cuello de la familia; las benditas remesas de las que depende la economía del pueblo salvadoreño, pobre, que considera que no tiene salida; sin embargo, la porción que correspondía a su presencia seguía estando vacía.

Él volvió un día, un día marcado por una futura tragedia, de aquellas en que ese simple presentimiento corta la respiración y duele en los latidos, porque se desea detener el tiempo y apagar el destino, porque la familia estaba a punto de perder a su ser más querido, en la lejanía, aquella que no podemos tocar con los dedos. En su presencia se observaba como los años le habían regalado algunas canas y le habían recalcado algunos surcos, pero él ya no era el mismo. Un aire nórdico y un sinnúmero de achaques le acompañaban ahora, pero un amor de padre relucía en sus ojos, aquellos que reflejaban el pasado de sus hijos, aquellos que lloraban intensamente, los mismos que ahora eran indiscutiblemente los mismos, aquellos que extrañaban la vieja rutina de ser padre y abandonaba la dulce agonía de dejar su patria natal. Él volvió, pero no para siempre.

Ella siguió creciendo al compás del reloj y el hueco sigue palpitando al mismo ritmo, recordando que un día volvió a besar la frente de su padre y a sentirse protegida por sus brazos, a escuchar de nuevo su voz aunque ello sea cada ciertas fechas, porque aquella voz sigue siendo la misma, indiscutiblemente la misma, levemente ausente, y yo sigo siendo la misma levemente ausente también para él.


PD: Está bastante sintetizado a como fue verdaderamente la historia; es una pequeña historia, sin embargo, de gran significado para mi...